SILENCIO EN SU RURAL FANTASEAR
Podemos ver al muchacho
hincando el pie en terreno ajeno.
El de costumbre y existencia citadina,
hurga en el campo su silente deseo.
Por las caballerizas entre soles que se cuelan
se puede ver su torso henchir en emocionadas inhalaciones
en las que se baten jóvenes ardores
en mezcla con la perfumosa existencia animal del cobertizo.
Cuando nadie observa,
la noche acuna la palma que bajo el sol se esconde.
Podemos ver al mancebo esperar que la penumbra
lo halle en un titubear de labios,
no sabemos la forma que asumirá su deseo,
pero aquí estamos viéndolo ser lo que, supone, nadie advierte.
Sentado, con su rostro oculto contra sus rodillas
reserva la intensidad de su gozar para momentos después,
sabe que en el contener existe un severo placer masoquista,
tanto mejor quizá que el deleite final del contacto.
Cuando cuerpo y afán no coinciden y se exceden
en un galopar de vapores
el varón se erguirá y con la visión embebida
cogerá por el rabo el otro cuerpo mayor,
ahí silencio y sombra
serán surtidor de placer,
e idioma fetiche.
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