martes, 4 de enero de 2011

POESÍA: HARRY VOLLMER



Me acostumbré a vivir en las tinieblas,                          
                                                             perdí la vista
                                                            cuando era sólo un niño,
                                                            yo nunca jugué a la pelota, al trompo
                                                                                            a las bochas...


Decidí mudarme del puerto, de esta bahía en que naufragan los sin rumbo,
del puerto que nunca fue mi propio puerto, ni faro ciego perdido a la distancia

como no huir de los camaradas y su silencio de clero
de las mismas prendas olvidadas por siempre en los pasillos húmedos
del rechinar de las puertas reconocibles todas hasta el final de los tiempos,
                            por el eco agudo,       por el óxido de sus notas destempladas.

Como no huir de los cerrojos y el segundo exacto
                                                                              en que golpean los corazones.

Como no huir de mi mismo y de mi propio cansancio,
                         que nos desborda en cada noche.

Con mi hogar en una bolsa de plástico y en el alma
                                                                     el recuerdo de los que ya se fueron,
comencé a vagar por las calles          y bajé por todo el pueblo
que son 47 peldaños y 6 descansos
      y un muro largo que nos sueña,               tardes completas,       siglos
                                                                            afirmado a las espaldas.

Anduve por los papeleros, las gallinas, los narcos y los rematados,
en la pendejería, los cogote y los cementerio,
en sus prostíbulos camuflados a lo largo de las galerías.

Desconcertado, me senté a escuchar guitarras, el evangelio por un rato
a clamar perdón, a gemir perdón junto a los imperdonables
y vi cruzar un pájaro entre el gris carcomido del cemento.
                                 
Solo un “F” hippy me recibe en la soledad de sus trincheras
con su Neruda  autografiado,  la Quimantú completa bajo la cama
                                        y el Papillón, un libro a medias entre las manos,
solo tres páginas recibe en las visitas y es su propio castigo
                                                          la paz y libertad para estos años.

Yo nada tengo entre las manos,
agua de agua alguna vez,  ríos,  miles de ríos y corrientes subterráneas
cascadas completas cayendo de entre los pájaros y añejas vertientes
                                                            amuralladas entre los dedos,
eso tuve sin saberlo, sin conocer siquiera el sabor a Dios en cada gota.

Ya nada tengo, ni los amigos que alguna vez fueron
ni las risas que al cerrar los ojos aparecían.

Nada tengo, sino el ruido de las puertas y el gemido de los que llegan
                                      y una ranchera clavada en los recuerdos.

A lo lejos, parece que muy a lo lejos
donde alguna vez pude amar a alguien, según me obligo a creerlo
hay un niño ciego,        jugando a la pelota con un tarro.

                                                                               En casa nunca faltó el pan,
                                                                   pero siempre lo comimos llorando...

Salgo pero vuelvo, prometió el gorreao  Inostroza del 2°
y afuera, donde la fe ya no existe,
su sonrisa no fue barco clamando a la distancia, sino la paz de los autistas,
recorrió las calles tocando sus muros con los dedos,
visitó a las madres, a las hijas de algunos compañeros.

Tardes enteras afirmó los ojos sobre el vidrio húmedo de la micro,
no bebió alcohol, pero rió solitario junto a ellos.

Una tarde sin lluvias, escuchó pastar caballos en algún rincón de la memoria
y deseó abrazarles, dormir en su panza materna por un rato.

Subió y bajó una cuesta por ambos extremos
y repitió la inversa, quizás feliz mordiendo un fósforo.

En la iglesia durmió tardes enteras
bajo un sol con ángeles multicolores.

Sólo un ajedrez de ébano lo atrae en las vitrinas,
no miró mujeres, sólo niños trotando de sus manos
y recordó al suyo, al Jorge, cuando era su verdadero padre.
Inostroza, Inostroza, el de la 12 en el 2°,
voy y vuelvo prometió a los más cercanos
y en la mañana de un domingo lleno de pájaros
bajo el seco árbol de los recuerdos
exhaló un pequeño suspiro,
                          tal     vez     el     último.
Voy y vuelvo, prometió al cruzar el olvidado portón de lata
                            pero ya nadie, nadie.

                        Nadie deseaba su retorno.  


Harry Vollmer C.
(Osorno, 1966)
En 1997 publica “Barrio Adentro”   (Poesía,   Ediciones   Pájaro Verde, Puerto Montt), y en 1999   “Chaucha”   (Poesía,  Editorial  Universidad  de  Los  Lagos,  Osorno)  y  el 2006  publica  “Con Ajo”   (F.N.D.R.)
En el 2000 publica  la antología de poesía  “Línea Gruesa”  (Reunión de Sùrdicos Poetas Jóvenes Chilenos).
Incluido  en las   antologías  de   poesía   “Desde los lagos”,   “Zonas  de Emergencia”   y   “Ecos del Silencio”, además “FINDESIGLO”, nueva poesía chilena de los 80.
Editor de la revista literaria “La Papa Blue”, “Pájaro Verde” (F.N.D.R.) y “Anawin” (realizada con jóvenes infractores de la ley).
En el 2008   obtiene la beca de escritores profesionales,   otorgada  por  el Consejo Nacional  de la Cultura y las Artes.
Parte de su  obra ha  sido publicada en algunas  revistas y periódicos en el en el país y extranjero.
Invitado constante a diversos encuentros nacionales de escritores.
Actualmente se encuentra trabajando en el proyecto


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